
En esta época postpandémica, uno de los modelos que ha de cambiar es el de las residencias de ancianos. La concepción actual es más hospitalaria que la de dar una vejez digna y agradable a nuestros mayores. Deberíamos replantearnos tanto la arquitectura como la gestión de los modelos de las residencias actuales. Por suerte, se están comenzando a implantar modelos de gestión como el Modelo Nórdico.
El lo que se refiere a la arquitectura también están comenzando a cambiar las cosas. Equipos como los de Óscar Miguel Ares Álvarez, han llevado a cabo la construcción de una tipología de residencia que se asemeja a un hogar, a una pequeña aldea, un pequeño pueblo. Este pueblo permite la intimidad en los espacios privados, que hacen la función de pequeñas casas de pueblo y fomenta las relaciones interpersonales en los espacios comunes, que hacen de calles de este pueblo.

UN PEQUEÑO PUEBLO
Una aldea en un edificio
Residencia para mayores en Aldemayor de San Martín
A veces, la arquitectura tiene la capacidad de desenmascarar realidades desalentadoras. Puede poner en tela de juicio cómo proporcionamos alojamiento a uno de los grupos más vulnerables de nuestra sociedad en nuestro pueblo: nuestros mayores. previamente, numerosos ancianos viven en edificios donde la economía y la optimización de recursos fueron las preocupaciones primordiales en su diseño y gestión.
Estos edificios suelen presentar pasillos extensos y monótonos, parecidos a los de una clínica, con habitaciones impersonales y frías a ambos lados. En estos espacios, nuestros mayores pueden sentir que han perdido su hogar y que su vida se ha reducido a una existencia desnuda.
En muchos casos, llegar a la «vejez» conlleva abandonar el hogar y perder los recuerdos asociados a él. Esto puede provocar desorientación y la pérdida de la vida cotidiana tal como la conocían. Se despiden de las vidas que alguna vez vivieron, encapsuladas en paredes, muebles y paisajes familiares. A veces, todo lo que queda es simplemente «vivir» – una vida sin hogar, dejando que los minutos y las horas pasen sin tener en cuenta el tiempo.
Este texto es un llamamiento a reconsiderar cómo diseñamos y administramos los espacios de alojamiento para nuestros ancianos en nuestro pueblo. Necesitamos proporcionarles un lugar en el que realmente puedan sentirse en casa.

El edificio se ubica en un entorno desapacible; las planicies castellanas y el entorno árido y seco no parecen el lugar más idóneo para una residencia de ancianos. El reto de Óscar Miguel Ares y su equipo era convertir este lugar inhóspito en un espacio lleno de vida. Para ello, lo primero que hacen es aislarse del duro exterior y abrirse hacia el espacio interior. La piel del edificio que está en contacto con el exterior, se contagia de esa aridez, mediante muros de hormigón. El anillo exterior se compone de zonas comunes, zonas de servicio y pasillos.
Por otra parte, el espacio interior se destina a las habitaciones y al patio. Las habitaciones son espacios íntimos, para uno o dos residentes y con baño propio; de ese modo se consigue así una estancia más cómoda y tranquila, similar a una vivienda propia. Todas ellas tienen aberturas hacia el patio, permitiendo unas vistas maravillosas y buena iluminación, pero conservando la intimidad, ya que no se cruzan vistas incomodas desde el resto de estancias.

Como dijo Le corbusier: “La arquitectura es el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes bajo la luz.”
Los volúmenes de habitaciones se disponen de forma orgánica en el espacio central, dando forma irregular al patio. El patio se va deformando según los espacios que lo conforman, creando pequeños patios unidos entre sí. Estos patios son irregulares y de dimensiones que permiten espacios agradables con sol y sombra. En estos espacios con luz y climatología controlada por su morfología, la vegetación crece pese a la dureza del emplazamiento en el que se encuentran.
Gracias a que los arquitectos decidieron crear un espacio y no un edificio, estos espacios permiten a las personas sentarse al fresco en pequeños jardines y charlar como sucedía en las noches de verano en los pueblos.

Nuestros planteamientos estaban sujetados por ideas insistentes: conferir a nuestros mayores entornos amables, que fomentasen el contacto con la naturaleza, el sol, pero también que permitiesen la relación próxima; de esa vecindad de sillas en la puerta de casa que tanto conocemos en el medio rural castellano.

No es casual una cubierta inclinada, como tampoco una puerta-portón a la entrada de cada habitación, ni las sillas y mesas al salir del pequeño hogar; donde los pasillos no son tales si no que forman calles y pequeñas plazas, que permiten la relación próxima con el vecino, el familiar, el orador; conforme a esa vecindad de sillas en la puerta de casa que tanto conocemos en el medio rural castellano.

El exterior es abstracto y duro, como el entorno. Un barrera aparentemente infranqueable, un cascarón, para proteger el interior que se torna amable, cálido y complejo.
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